"-Y después viene el otoño, el primer frío, la caída lánguida de las primeras hojas coloradas y amarillas, las hojas dobles, el reflejo ascendiendo hacia lahoja que cae hasta que se tocan y se hamacan un poco y no acaban de encontrarse. Y después uno puede abrir los ojos un minuto si quiere, si se acuerda de abrirlos y mirar la sombra de las hojas vacilantes en el pecho a su lado.
- En nombre de Jesucritos Shopenhauer- dijo Mc Cord- ¿qué ramplonería de novena clase es ésta? ¿Todavía no has tenido tu parte de hambre? ¿Todavía no has hecho tu aprendizaje de indigencia? Si no te cuidas vas a espetar esos desatinos a algún tipo que los va a creer y te alcanzará la pistola y te obligará a usarla. Deja de pensar en ti y piensa un momento en Carlota.
- Estoy hablando de eso. Pero no usaré la pistola de ningún modo. Porque he empezado demasido tarde. Todavía creo en el amor.
Entonces le dijo a Mc Cord lo del cheque.
- Si no creyera en el amor te daría el cheque y la mandaría contigo esta noche.
- Y si creyeras en él tanto como dices, hubieras hecho pedazos el cheque hace ya tiempo.
- Si lo rompo, nadie podrá cobrar nunca el dinero. Ni él puede sacarlo del banco.
- Que lo lleve el diablo. No le debes nada. ¿No le has sacado de las manos a su mujer? Eres un rico tipo. No tienes siquiera el valor de tus fornicaciones.
Mac Cord se levantó.
-Vamos. Huelo café.
Wilbourne no se movió, con la mano aún en el agua.
- Yo no le he hecho mal -y agregó-: sí le he hecho. Si yo no la hubiera marcado, yo..."
William Faulkner, Las Palmeras salvajes.