Apropósito de la existencia de nuestro querido Fotolog, ese espacio fotográfico que Ana y Samy han dado en llamar Sacatelacara, he recogido este texto de filósofo italiano Giorgio Agamben. Intentaré unir las citas que guarden poca coherencia por su distancia en el discurso original. No publico todo el texto porque es largo y se extiende en ideas que no vienen al caso, a mi entender.
Comienza Agamben: “¿Qué es lo que me fascina, lo que me tiene encantado en las fotografías que amo?”, en nuestro caso, ¿por qué, más allá de su significado aparente, su carácter anecdótico, su evocación temporal precisa, exponerlas a la accesibilidad mundial que nos garantiza internet? Creo que la respuesta de este tipo es interesante, más allá de que no sea exactamente la mía o la nuestra.
“Conocen seguramente el célebre daguerrotipo del boulevard du Temple, considerado como la primera fotografía en la cual aparece una figura humana. La lámina de plata presenta el boulevard du Temple fotografiado por Daguerre desde la ventana de su estudio en una hora pico. El boulevard debió estar colmado de gente y de carruajes y, sin embargo, dado que los aparatos de la época exigían un tiempo de exposición extremadamente largo, de toda esta masa en movimiento no se ve absolutamente nada. Nada, excepto una pequeña silueta negra sobre la vereda, abajo y a la izquierda de la foto. Se trata de un hombre que se estaba haciendo lustrar las botas y que por lo tanto permaneció inmóvil la cantidad de tiempo suficiente, con la pierna apenas elevada para apoyar el pie sobre el banquito del lustrabotas.” Es decir, que la imagen que quedó «inmortalizada», el gesto, excede la voluntad del autor, del fotógrafo; como creo yo que siempre ocurre, al menos en una pequeñísima medida, con la fotografía. Sin embargo, este gesto es todo lo que queda de esa situación temporal precisa, la hora pico del boulevard du Temple. Lo resume y lo condensa. Dice Agamben: “Y sin embargo, gracias al objetivo fotográfico, el gesto se carga del peso de una vida entera; ese comportamiento irrelevante, hasta bobo, compendia y condesa en sí el sentido de toda una existencia.” Luego, toma un ejemplo alejado: “En el Hades, las sombras de los muertos repiten al infinito el mismo gesto”(...) “Pero no se trata de un castigo, las sombras paganas no son las sombras de los condenados. La eterna repetición es aquí la cifra de una apokastástasis, de la infinita recapitulación de una existencia.” La imagen congelada y precisa es entonces infinita repetición del gesto capturado por la cámara, definición de la existencia del gesto, no como pasado, sino como constante presente. Siempre que se tenga una fotografía a mano, suceda lo que suceda con los observadores de la foto y con los personajes que ella contiene, la imagen es inalterable: Mueran o se peleen, siempre podré ver a Sergio besando a Natalia. En la foto se están besando desde siempre, y lo harán hasta el fin de los tiempos. “Esta es la naturaleza escatológica del gesto que el buen fotógrafo sabe escoger sin quitar nada, no obstante, a la historicidad y a la singularidad del suceso fotografiado.”En lo subsiguiente dejaré las citas del filósofo y enmudeceré, pues comprendo que no precisan ser unidas por mis palabras.
“Pero hay otro aspecto en las fotografías que amo, que no quisiera de ninguna manera dejar de lado. Se trata de una exigencia: lo retratado en la foto exige algo de nosotros. El concepto de una exigencia me interesa muy particularmente y no quisiera confundirlo con una necesidad fáctica. Aun si la persona fotografiada estuviese hoy completamente olvidada, si su nombre hubiese sido borrado para siempre de la memoria de los hombres –y a pesar de esto; es más, precisamente por eso-, esa persona, ese rostro exigen su nombre, exigen no ser olvidados.” (...)
“En el mismo sentido, para mí la exigencia que nos interpela a través de las fotografías no tiene nada de estético. Es, sobre todo, una exigencia de redención. La imagen fotográfica es siempre más que una imagen: es el lugar de un descarte, de una laceración sublime entre lo sensible y lo inteligible, entre la copia y la realidad, entre el recuerdo y la esperanza.” (...)
“Es sabido que Proust estaba obsesionado por la fotografía y buscaba por todos los medios procurarse la foto de las persona que amaba y admiraba. Por su insistente pedido, uno de los muchachos de los que estaba enamorado cuando tenía 22 años, Edgar Auber, le regaló su retrato. En el reverso de la fotografía, escribió a modo de dedicatoria: Look at my face: my name is Might Have Been; I am also called No More, Too Late, Farewell. (Mira mi rostro: Mi nombre es Habría Podido Ser; me llamo también Ya No, Demasiado Tarde, Adiós). La dedicatoria (...) expresa perfectamente la exigencia que anima toda foto y recoge lo real que está siempre a un punto de perderse, para volverlo nuevamente posible.
La fotografía exige que nos acordemos de todo esto; de todos esto nombres perdidos dan testimonio las fotos, como el libro de la vida que el nuevo ángel apocalíptico –el ángel de la fotografía- tiene en sus manos al final de los días, es decir, cada día”.