Saturday, March 03, 2007

Lo absurdo no son las cosas, lo absurdo es que las cosas estén ahí y nos resulten absurdas.
Dice una voz.
Hay un sombrero tirado en el suelo. Desde el ángulo del sillón se ve curvo, doblado, casi entristecido, como un libro. Una voz que pregunta por alteridades -is there anybody in there?-
Pero lo absurdo no son las cosas, por Dios. Entonces concentrarse, cerrar los ojos y buscar un pucho a tientas, como una víbora de dedos busca a su presa, no hay nada que temer. La mano agarra triunfal la presa, la sostiene aún con algo de miedo, como a un pez que todavía se sacude, vivo, inefablemente vivo. La cabeza del pez revienta contra una superficie dura; la mano saca un cigarrillo de la etiqueta. Nada que temer, el pez ya no salta, está muerto, le estan dando fuego en la cabeza y arde.
Tranquilidad, entonces, serenizarse (lo absurdo no son las cosas), fumar el cigarrillo que se sostiene como un monolito en la boca, monolito humeante que vaila al compás de la respiración y las exhalaciones abruptas y copiosas como montañas. Las cosas están ahí (lo absurdo es que (...) nos resulten absurdas). No hay más sombrero tirado, pero están los sonidos, las cosas a los gritos que brotan y se asoman por doquier, sin temores, implacables. Señales de cosas, lenguaje abstracto y de carices verdes, por momentos violeta, palabras apenas mustiadas, sugerencias de ontología perdida tras oscuridades insondables. Son los ojos que están cerrados, cerrados con fuerza, como si quisieran no escuchar. Los platos suenan, los tenedores converzan en tonos brillantes, el horno, allá a o lejos, se enciende.
Pero por qué (lo absurdo es que estén ahí). No se pueden cerrar los oidos, pero se puede olvidar el olvido, alejar las insinuaciones sonoras y callarse la boca sin escuchar pero sobre todo sin decir nada. Entonces sí, un gran bloque celeste, una advertencia de felicidad se cierne sobre el bajo techo negro. Celeste, la soledad, sí, y no porque sigue estando el sillón, el cómo sillón a mis espaldas y sé que un ataque de snobismo y un tirarse sobre el suelo frío, tenderse boca arriba sobre el suelo frío tampoco va a hacer que deje de sentir lo mullido del sillón, el abrazo cálido del humo en mi cara, la existencia de las cosas a mi alrededor, y ni hablar de la memoria de la alteridad.
Silencio, sí, oscuridad celeste, sí. Las cosas (¿lo absurdo no son las cosas?), lo absurdo no son las cosas, lo absurdo es... Entonces continuar el proceso de rehumanización, de prefeccionamiento de la existencia, de proximidad hacia la nada. Primero borrar las cosas, que no estén ahí y nos resulten absurdas (¿lo absurdo es que estén ahí y nos resulten absurdas?), meterse en el callado bote y navegar río abajo, sortear las olas de la proximidad, abs-tra-erse... Sí y no. Habla, habla, habla, habla, habla, habla -¿qué?-, habla, habla, habla, habla -¿habla?-, habla, habla, haba. Nada. No hay habla, no hay tal cosa como habla en tanto que habla. Se difumina la cosa que habla habla. No habla, blaha, ahbla, labhla. Nahdah. Lentah, blancah caminatah hah lah nadah. Una ola de miel lebantando desde abajo a una hormiga, una tranquilidad dulcemente muerta, vacía de sentidos y de contrucciones melosas. Empalagan el oído, su solo nombre lo mata. Y la ola no es absurda, porque no está ahí y lo absurdo no es la ola sino que la ola esté ahíy nos resulte absurda, no la ola, que la ola esté ahí. ¿Está ahí la ola? No hay ola ahí.
-¿Hola?
...



Tres silencios y media oscuridad, tres cigarillos y luego hará falta poco más. Se sienten ahogarse, moviendo el agua a su alredor, haciendo frágiles onditas de gráciles ondinas que flotan bajo el agua fuliginosa y opaca. Tres silencios se ahogan y no dirán nada.
Cadenas grasas polisomórficas que en temperaturas normales tienen a producir un puente hoidrocarbúrico que en la presión determinada se comporta simétricamente a los gases nobles de más de quince protones.
Tres monos andando en bicicleta, haciendo sonar con sus bocas deformes armónicas que cantan el himno nacional de Sri Lanka.
Una mujer hermosa camina por la calle, llueve y no lleva paraguas, se moja. Su pelo deja caer pequeñas gotas de sus puntas y mira. Con ojos verdes y el pelo negro, mira.
Un pequeño pájaro negro devora la carne putrefacta de un ciervo muerto hace días. El olor es insoportable, el aire no se respira. Las moscas zumban, el pájaro negro sigue rasgando la carne.
Una botella verde hasta la mitad, un sombrero doblado, una camisa arrugada en el suelo abrazando un cuerpo ausente, tres gotas de sangre en los azulejos blancos de un baño de grifos dorados y plomería brillante como de marfil.
Lo absurdo no son las cosas, lo absurdo es que las cosas estén ahí y nos resulten absurdas.