Thursday, June 29, 2006

Voy hasta la Chulín, está cerrada. Hace frío y la sola idea de tener que caminar hasta el Boligay hace que la temperatura disminuya en al menos 3º centrígrados.
Acabo comprándome un Philip 20 y un encendedor en la Shell. No le doy la plata al cajero, es más como si mi billetera fuera una membrana de diálisis, y los tres pesos con setenta se escaparan por diferencias de presión. Se me van los últimos billetes, pero creo que ya no me importa.
Recreo en mi cabeza la escena en que Ricardo se escapa en ómnibus hasta la casa de Gabriel para chuparse. Salvando las distancias, la idea de irme a la mierda en bote no deja de ser tentadora. Pero las distancias son insalvables. Ricardo no va al colegio, no tiene 17 faltas, no tiene una madre a la que rendirle cuentas. Es más, el muy culiado ni siquiera parece que laburase; por lo que sabemos, una abogada de pelo enrulado lo mantiene a cambio de sexo -qué idealista mi adolescencia temprana.
Tengo que ir a gimnasia, tengo que ver un partido de fútbol, tengo que comer un asado, chuparme, ir al colegio, volver a casa, ir a la escuelita, dejar pasar el tiempo hasta las doce menos cuarto. Faltan quince minutos para que el cronómetro arranque su carrera loca, que empieza en veinticuatro horas con cero segundos y termina en cero segundos. Un día justo para hacer todo eso -pero ya faltan tres minutos para que empiece- un día que mejor no vivir.
Ahora viene otra cosa. En realidad, ya vino antes, cuando tosí y me vino una flema. Antes de que Malén pusiera Lichgestalt y dos versiones de Copycat y yo me tentara de no escribir esto y postear nomás la letra de Copycat, idea que descarté por que ya no voy a postear más Lacrimosa y porque Copycat es muy exagerado e irreversible en lo que dice. No pienso lo mismo que Tilo en el momento que escribió eso -y faltan treinta segundos. La imágen que me vino es la de Javier-cinco-minutos. Digo así porque la escena acontece cinco minutos antes o después (pero creo que después) de pegarle al Gordo. Javier amaga con vomitar, se retuerce, y acaba escupiendo un moco descomunal, que no le sale de un escupitajo fuerte, sino que se va resbalando de sus labios casi pegados al cemento del monolito en el que tiene apoyada la cabeza. El moco se va dejando ir, sin ganas, y Javier sigue sacudiéndose.
Nunca logré emular esos comportamientos genialmente románticos. Siempre fui demasiado observador reflexivo como para hacer tales cosas, y, al igual que Oliveira, siempre admiré a los actores puros, al personaje de teatro, al acto puro ignorante de su acto de ser. Javier era la Maga, al fin y al cabo, mirá la deducción en la que caigo.
Y ya se fueron cinco minutos del día que empieza a las doce menos cuarto de hoy y termina a la misma hora de mañana.
Y yo ya no sé cómo sigue esto.
Pero faltan veintitrés horas con cuarenta y ocho minutos. Ya se verá.
Decía, entonces, que Javier dejaba escabar un moco al tiempo que experimentaba algo parecido a la epilepsia. En la imagen que me gustaría, egocéntrica como de costumbre, el que se retuerce soy yo: Vuelvo de la Shell y algo, cualquier cosa terrible y verdadera, sucede. Pero además de agitarme y vomitar una flema colosal, grito frases masoquistas. Siento que me golpean en los riñones, en el hígado y en la boca del estómago. Ya no soy Ricardo, ni Oliveira. Soy Erdosain y me humillo gratuitamente. Sufro y pido más. Pido que me digas Marta o Jesús.
Simbolismos en esa frase como para hace un libro.
Y se fueron otros cinco minutos.
Y no hubo moco, ni golpes, ni dolor, ni humillación gratuita. No hubo literatura hecha realidad ni realidad hecha literatura.
De nuevo soy, yo; Germán, ése que no vive sino en mí, pero que (estoy plagiando a Borges en alguna medida) no reconozco como "yo". Soy el que no hace más que intentar hacer. Pura potencia, no-ser. Soy la puta materia primera. Soy un invento aristotélico.
Y se fueron quince minutos desde que el relojito sin agujas empezó a contar. No puede encauzarse el tiempo con relojes digitales. Es horrible y antiestético, además de poco pedagógico.
Más que maldito, estoy hecho ocote. Minimalistamente.
Me voy a dormir, para interrumpir esta quimera idiota que escribo. Dentro de seis horas me voy a despertar, como de costumbre, y voy a dejar que el tiempo se vaya yendo. Lo voy a dejar escapar como arena en un tenedor, como limaduras de hierro entre mis manos no imantadas. Porque soy así de imbécil.
D.P.