Monday, May 01, 2006

Si hay un destino, me está tomando el pelo.
No importa lo que haga, siempre hay algo ahí como una pared invisible pero tan tangible como para romperte la nariz y un par de huesos cada vez que, intencionalmente, está allí.
Y dan ganas de decir que salvo exepciones que pueden contar las manos de una tortuga ninja, todos dan ocote y se pueden ir un poquito a la mierda. Y será envidia, porque ellos a la pared no la sienten, la pasan por encima, se ríen, parecen felices, van a restoranes y piden chateaux sengans y comen helados con sus novias en el centro. Y uno está en un café en Rosario, en Córdoba, en Buenos Aires, en Kuala-lumpur, da lo mismo, pero siempre tomando un café, y piensa que el Rally mundial es una idiotez, que la televisión es una idiotez, que las convenciones sociales son idioteces, que uno es idiota, que ya no puede mirar a nadie a la cara y reprimir las ganas de decirle que es un imbécil, que no se da cuenta que la vida misma niega la existencia de -ni siquiera digo felicidad- la alegría. Y después llorar y abrazar a alguno de los borrachos que andan tirados por el centro. Llorar y emborracharse pensando en lo lindo que sería abrazar a un borracho o a un caballo. Acordarse de Poe, de Esteban Espósito y de Nieztche.
Sigo otro día, no tengo ganas de vivir justo ahora.
Creo que alguien más quiere la máquina porque considera que las cosas cotidianas hay que hacerlas a pesar de que no tengas fuerzas suficientes en el alma como para sostener una hoja de un arbol, para sujetarla y quemarla con un cigarrillo. Ni para empinar el codo. Respirar parece esforzado ahora.
Todo por mi culpa.
Somos todos, capaz, un poquito mazoquistas.
D.P.
(muy damned, hoy)