Monday, September 03, 2007

La muerte se puso las tetas. Quiere gustarte.
Quiere gustarme. Quiere que me arrastre por ella. Quiere ver cómo me arrastro por el fango ante la promesa de que me dejará chupárselas. Quiere ver cómo montás un ideal y lo das por tierra. Quiere ver qué amás para odiar mañana, para añorar luego, para olvidar después. Quiere ver a dónde subís cansado para bajar frustrado. Quiere que nos amemos los unos a los otros. Quiere vernos coger. A lo bruto. Quiere verte dormir. Quiere que despiertes. Quiere que te quieras.
Nada hay que la muerte no vea, ni sea. No hay más alfa ni más omega. Ni más. No hay otra cosa que la muerte viéndome verme. No hay más que vermes, la tragedia y la muerte.
Oh, sí, lo oigo. El fango y la putrefacción, los montones de cuerpos muertos, las tumbas que no alcanzan para los epitafios, la memoria que no alcanza para todos, la muerte que sí nos vasta, la muerte que me puede llegar mañana, y yo que no alcancé a comprarte las toallitas, ni a escribir el libro, ni a plantar el árbol. Ni siquiera alcancé a matarme. Ni a matarte.
Oh sí, lo veo, el hedor de mis entrañas muriendo a diario, el crujir de mis huesos al pensarte, la inmundicia de tu sexo corrompiéndolo todo, desde el color de tus bombachitas hasta la dignidad de mi alma.
¡Oh, humanidad! Oh, si existiese tal cosa como la humanidad. Oh muerte, oh hembra. Hoyo. Oh, yo. O dios. Odio.