Wednesday, March 21, 2007

Breve relato tendiente a ilustrar la precaria estabilidad dentro de la cual creemos existir; o sea, que las leyes podría ceder terreno a las excepciones, azares o improbabilidades y-ahí-te-quiero-ver.

Una mañana (las cosas han de empezar por la mañana, es el orden establecido y convencionalizado, imaginate que algo comience en lo más frío del ocaso o durante los últimos fulgores de las seis estrellas más brillantes del amanecer) uno se levanta y mira el techo. Esto no es una repetición; no es tampoco una mera descripción de un hecho particular. Es levantarse y sentir como una pequeña partícula de inestabilidad en alguna parte de la nuca. Una espina, una duda, ya sabés, siempre supiste, pero los vestidos de seda (es sabido) no modifican el noúmeno de la mona, y para qué arrojarse un tercer piso entonces. La esquirla sigue ahí y lo sabemos, pero tanto mejor hacerse el oso y recorrer los claros canadienses a lomo de alce, si esto fuera posible.
Entonces te bañás, te acicalás como Dios manda, te preparás para encarar con la sonrisa de turno el día que te toca, que te toca las piernas y abajo del mentón, como si fueras un perro bueno. Te mira el día y te dice "buen perro, mirá qué bueno que es". Y vos das la patita y seguís sintiendo la pelotita que ya va empezando a bajar con cada sonrisa que te devuelve el espejo, va bajando muda y tranquila, agarrando la nieve a su paso, creciendo, cayendo y agigantándose. Era pelotita y es pelotón, pelotón de soldados que te apuntan con sus bayonetas desde las esquinas de las paredes y los marcos de los cuadros. Y ya no se puede confiar en las cosas, es como cuando llueve o como cuando se ve al ser amado desde los retazos oníricos de un pasado no tan distante, pero igualmente inasequible que una ucronía o un espejo roto.
Después te toca ver pasar los autos, las lucecitas ingenuas de la alteridad y su ignorancia desmedida y redentora, como toda ignorancia que es una dicha y no es una tautología pero...