Thursday, January 18, 2007

Miro desde el Pont Neuf. Me doy cuenta de que nunca me fui de París. No importa a dónde me vaya de ahora en adelante, siempre voy a estar de a ratos en París.
Miro desde el Pont Neuf, se ve el Cyber, piedra angular del universo, se ve chiquito, pero resplandece. Escucho voces, risas, palabras que no condicen con el contexto.
Saludo, en silencio. Sacudo de un lado a otro la mano que sostiene el sombrero. Sostengo firme para que el viento del Sena no se lo lleve. Aquí el río es un mujer con nombre de mucama: La Seine.
No llueve, no nieva, ni siquiera hay viento o demasiado frío. No hay palabras, la gente balbucea cosas en idiomas imposibles que nunca dirán nada. Hay sabor a CJ y un poco de dolor de garganta, hay cuervos, palomas y gaviotas. ¡Hay cuervos! Cuervos que gritan en la rivera de la noche plutónica. Jamais, dirán, porque son cuervos parisinos.
En Valencia no hay cuervos. La gente habla como Torrente, aunque es menos gracioso. Aquí también hay un Pont de Les Artes (se llamá así, está en valenciano, idioma que no dista mucho del francés y que me hace pensar "la puta madre, me vengo acá y el mundo me salen con estas simetrías, me prueba, y yo me voy a pegar un tiro si llego media hora tarde a Córdoba").
Volvamos a París. En Saint German-des-Prés hay una calle que se llama Rue Serpente. Cortazar no lo dice, perolo dejó ahí. Cada vez que alguien que haya leído Rayuela pase por alli y vea, sonreirá, entenderá, volverá a sonreír.
¿No somos un poco, preciosos habitantes de mi alma, queridos camaradas, hermanos espirituales, un Club de la Serpiente cordobés?
Yo no consigo olvidar a mi doplenangër, el otro gemelo del otro lado del sube-y-baja universal, aquél Traveler etarra que nunca se llama así y nunca salió. ¿Será un Ser que nunca fue? No. Ha sido, sin duda, es, y será, al menos para mí, alguien que supera ampliamente a categoría de hermano.
Hay, sin duda, una Maga. Una Maga que, pese a haber perdido a su Mago en los argénteos mares del este, no debe olvidar nunca -¡Nevermore!- que tiene su galera y su pluma. Otra que varita mágica. Pluma o birome, As de Bastos que hace magia con las palabras, magia capaz de embelesar a cualquier literato que se precie y que ande desprevenido por el mundo.
Tenemos también la parejita Babs-Roland. Entrañables y consentidos miembros del Club que, a pesar de los avatares de la vida conyugal han de ser para mí el elefante de ojos a-media-hasta y la puerquita de sonrisa indestructible.
Por lo inverosímil de su origen, porque no puede sino tener al menos nueve madres, sé que contamos con nuestro Gregorovius. Criatura mítica y decabellada, mal sueño de James Joyce, hombre con una lógica y un mundo que le es propio. Sí, ese mismo, aquél que es literatura andante, como le dije en alguna oportunidad.
En el Club los Pericos podrán mutar en Gatos sin dificultad, todo en aras de la inclusión, lo mismo que el chino constructor de torturas podría ser un cordobés constructor de tambores.
Nuestro Club es más numeroso. Falta un español trotamundo, oscuro, e (en este caso el adjetivo es preciso) hirsuto. Falta una dama de reluciente metal, de hígado indestructible y risa rimbombante. Los paralelismos podrán estar forzados en algún caso, pero el sentimiento, se sabe, es poco claro y poco inteligente. No bajaré la voz para razonar mejor. Gritaré, sí, gritaré palabras que no digan nada, sacudiré el sombrero desde el Noveno Puente de París. Y me cagaré en todo menos en el profundo y (cómo cuesta enunciar ciertos vocablos) amor que siento por mi Club.
El resto.... es silencio.